
Casualmente no era bajita, pero tenía un carácter que hervía el agua al simple tacto. No controlaba su tono de voz, pareciera que siempre estaba encrespada. Sus enervadas y encorajinadas neuronas no le dejaba pensar, y por eso se enrocaba en sus ideas sin escuchar a los demás. No era morena, ni rubia, su majestuoso pelo rojo le caía sobre la espalda. Su nívea piel, tersa y sedosa al contacto contradecía su naturaleza intolerante, incomprensiva e intransigente. Su mirada escondía odio, rencor, resentimiento. Sus ojos eran combustión química, la deflagración fulminaba al instante, quemaba y destruía todo lo que atisbaba. Exterminaba, demolía a su paso.
Sin embargo no todo era negativo tenía la sonrisa más agradecida, abierta y sincera que jamás se hubiese visto. Cuando estaba de buen humor, contadas veces, todo era vida. Lástima que esbozara su sonrisa tan poco, Lástima que la practicara tan poco. Lástima que no la dejara ver más a menudo.
Acostumbrada a pulverizar con su mirada, y de tanto practicarla, los dioses le dieron la mayor maldición pensada. Una venganza a su condición de inhumana. Un buen día después de un sobresalto motivado por el ladrido de un perro, ella lo miró con odio. El perro cayó aniquilado en cuestión de segundos. Algo atolondrada por el suceso siguió su camino pensando en el acontecer de su cita. Al cabo de unos días, el suceso del perro retornó a su cabeza cuando una discusión finalizó en tragedia. El incidente comenzó en una boutique cuando la dependienta erró al devolverle el cambio. Repleta de prejuicios, al sentirse engañada dirigió su mirada matadora a la empleada fulminándola al instante. Cayó a plomo, el estruendo del golpe todavía resuena en su cabeza. Comenzó a inquietarse al anexar ambos sucesos. La inquietud se transformó en alarma cuando al realizar la compra mensual la cajera le contradecía por la estúpida tarjeta de puntos del cheque ahorro. Sus encendidas pupilas la eliminó al instante. La subalterna sintió mareos, pérdida de conocimiento, palpitaciones, taquicardia, dolor de pecho, sus arterias coronarias se obstruyeron y tuvo arritmia en el ventrículo derecho. En menos de 5 segundos caía presa de la muerte súbita que le produjo la mirada asesina. La alarma se tornó en angustia cuando después de una riña familiar ingresaron a su hermano con un cuadro de muerte repentina.
Recluida en su casa, atormentada, afligida y con sentimiento de culpabilidad destructivo, alimentaba su principio de agorafobia. Obligada a acudir al entierro de su hermano buscó refugio en un profesional de la psicología que incrédulo por el efecto de causalidad le recetó el destructivo Prozac y le conminó a salir a la calle.
Sabida de su maldición, decidió no fulminar a nadie más con su mirada. Para ello debía de suavizar su carácter. Decidió comenzar por el principio, comenzando por ser más comprensiva, más tolerante y aparcar su intransigencia. Al cabo de una semanas y obligada por las circunstancias se notaba un cambio de actitud. Ayudada por su nuevo carácter, su complejo de culpabilidad en torno a la muerte de su hermano se fue alejando hasta ser superado completamente.
Los dioses, sorprendidos y complacidos por su nueva actitud, decidieron darle una virtud, un carisma, un don. A partir de ahora su risa sería curativa…[Continuará]
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