 Era imposible respirar, el aire estaba contaminado por la polución de la tiranía. Quien sobrevolara cualquier punto de España advertía un smog denso. Gris. La bruma era tan plúmbea que se hacía imposible ver más allá, quienes la provocaban eran consciente de su hecho, quizás el objetivo era encerrar, confinar a todos y contaminarnos para no advertir más camino que el dictado por el dictador, nadie del extranjero se atrevía a entrar en un país cerrado, encadenado a cal y canto donde la justicia no tenía balanza, ni los ojos cerrados, realmente, no tenía absolutamente nada, simplemente no existía. O sí, si existía, pero encauzada bajo un solo propósito, un solo objetivo; el miedo y la mentira. En el interior de cada región, en las calles cualquier ciudad, en las barracas de cada pueblo, las sombras eran más alargadas, en ella se escondía el odio. La neblina se hacía más densa, respirable sólo para lo que tenían pulmones inmunes a causa de nadar a favor de la corriente. El olor pestilente lo ocupaba todo, se hacía insoportable, ciertos gremios de horizonte amplio ocultaban sus máscaras para soportar el fétido olor de la opresión, sin embargo este hedor era inapreciable para ciertos grupos de la población que fomentaban el smog,
De repente, como por un suplo divino, el virus convertido en densa neblina se fue disipando, los incitadores de la oscuridad veían impotentes como el día llegaba, el horizonte se clareaba y el alba traía voluntad, albedrío, autodeterminación, en una palabra Libertad. El 20 N de 1975 todo cambió. Los brazos se abrieron, las mentes se desperezan, se ensancha el futuro y la tolerancia y el pluralismo comienzan a hacer camino. No creo que fuera el Dios cristiano quien se llevó el virus, a este se lo llevó otra cosa, un ente, algo maligno donde rendiría cuentas.
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